Vivimos en un país en el que durante muchos años, y durante varias generaciones, el objetivo de una vivienda en propiedad era un pilar fundamental en nuestro proyecto vital. Nuestros mayores nos decían: esfuérzate en tu formación, prepárate al máximo para conseguir un buen trabajo, así te contratarán en una buena empresa en la que podrás desarrollarte laboralmente e incluso permanecer en ella hasta que te jubiles, forma una familia y comprar una casa.
Pero las cosas ya no son como eran; lo del trabajo para toda la vida no es que sea un artículo de lujo, sino algo más complicado de encontrar que el bosón de higgs. El concepto de familia ya no es algo indiscutible, y lo de comprarse una casa y tener nuestro hogar en propiedad lógicamente sigue siendo una de nuestras metas, pero quizás deberemos ir mentalizándonos de que habrá etapas en nuestra vida en las que la opción del alquiler nos resultará más interesante…
Vivir de alquiler en un periodo determinado de nuestra vida, o de manera definitiva para quien se incline por esa posibilidad, tiene una serie de implicaciones que pueden resultarnos ventajosas. 
Estar en un piso de alquiler nos permite tomar decisiones con más agilidad, si la vivienda no reúne las comodidades que nosotros pensábamos, si motivos de movilidad laboral nos obligan a desplazarnos, o simplemente si necesidades de orden vital (aumenta la familia, las necesidades de espacio se incrementan, etc …) nos condicionan, la capacidad de reacción siempre será mayor y menos traumática.
Los gastos de formalización, el papeleo, o la inversión inicial necesaria son menores en un contrato de arrendamiento que en una escritura de compraventa. Y los gastos de cada mes estarán más controlados, no habrá que estar pendiente de posibles derramas o gastos imprevistos que correrán por cuenta del arrendador.
Deberemos analizar, por tanto, junto con nuestro asesor inmobiliario cuál puede ser la opción más beneficiosa para nosotros.
